Agosto 2013
No hay duda de que cuando hablamos de cambiar nuestras actitudes frente a cualquier asunto, puede que incluso nos acabe provocando ciertos niveles de angustia. Esa angustia que va implícita en lo que podríamos denominar “miedo a lo desconocido”.
Se
han escrito grandes argumentos sobre cómo afrontar los cambios, que todas pasan
por dar una especie de salto al vacío, donde lo más difícil consiste en reunir
el valor suficiente para hacerlo.
Tomar
la iniciativa de cambio de actitud, ha de llevar implícitas razones poderosas
como la de querer mejorar, la de necesitar que algo suceda para seguir
evolucionando, la de reivindicarse uno mismo y pasar de la invisibilidad a
hacerse visible, la de superar la angustia de quien ve que retrocede en lugar
de avanzar…
Es
la famosa teoría de “la pulga amaestrada”, que quien daba órdenes había
conseguido que no saltara más de una altura, incluso retirándole el obstáculo,
teniendo en cuenta que su capacidad de salto era mucho mayor.
Muchas
veces nos pasamos el día justificando nuestra actitud, cuando lo más probable es que estemos justificando
por qué no cambiamos.
A
veces llega el momento de ser razonables y conciliar
aquello que hacemos con aquello que necesitamos.
Para
tomar decisiones, sin embargo, se ha de ser consciente de todo. De lo que
tenemos, lo que arriesgamos, lo que queremos y aspiramos, y analizar si estamos
preparados para dar un salto. Por lo tanto estudiar sus magnitudes, los tempos
y nuestras capacidades.
Con
todo ello, podemos realizar planteamientos que nos permitan decidir, qué
queremos, cómo lo haremos, cuándo lo haremos, cuánto tiempo vamos a necesitar y
de qué modo debemos estar preparados para hacerlo.
1 comentario:
Y justo después de eso todo empieza a ser menos dificil, soltar amarras cada día cuesta menos cuando realmente es una decisión medida y meditada. Alguien me dió el mejor de los consejos hace muchos años, cuando tuve que tomar decisiones de cambio que marcarían un antes y un después en mi vida, en mi forma de vida, el apreciado consejo fue "cuidar los finales como cuidamos los principios". Poner el mismo esmero para clausurar una etapa que el que pusimos para empezarla. Creemé que funciona. Otra interesante reflexión.Gracias.
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